Brahms. Hoy 7 de mayo de 1833 nace Johannes Brahms. Las cuatro sinfonías de Brahms.

Las cuatro son geniales, absolutas obras maestras de perfecta construcción intelectual y belleza inigualable. Extracto de "Historia de la Sinfonía" de Pedro Beltrán Ediciones CAM. Diciembre de 1987.

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07/05/2015
de 03:00 a 03:00

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Para analizar la producción sinfonía brahmsiana rompemos la sistemática habitual de explicar de forma separada cada una de las obras. El motivo es nuestra consideración del ciclo sinfónico de Brahms como unidad estructural. No existen diferencias sustanciales de unas sinfonías a otras. Son idénticas en instrumentación, calidad, mensaje y concepto.

Las cuatro sinfonías se enmarcan en un periodo de tiempo corto, de 1776 a 1885. Es decir, sólo nueve años de la vida activa musical de Brahms. Tras la terminación de la “Cuarta” Brahms vivió 13 años y escribió gran número de partituras, especialmente de música de cámara.

Desde los comienzos de su labor compositiva Brahms deseó escribir una sinfonía. Los bocetos de la “Primera” son 20 años anteriores a la fecha de finalización de la obra. La búsqueda de la perfección y su elevado rigor intelectual impidieron al hamburgués completar ninguno de sus proyectos. Fueron tres fracasos sucesivos que son hoy las dos serenatas para orquesta y el “Concierto para piano núm. 1”, cuyo primer movimiento tiene carácter sinfónico.

Cuando Brahms llegó a Viena en 1862 tenía entre sus papeles el primer movimiento de su “Sinfonía en do menor” y esbozos de los otros tres. Clara Schumann le animó a terminarla pues estaba llena de “maravillosas bellezas”.

Fueron necesarios 16 años para que el compositor decidiera seguir adelante. No rompió la partitura como había hecho con otras anteriores. El 4 de Noviembre de 1876, Dessof dirigió el estreno de la “Primera Sinfonía” en Karlsrube. Bulow la bautizó como la “decima de Beethoven”.

La afinidad con Beethoven es mayor en esta sinfonía que en el resto de la producción de Brahms. En algunos momentos nos parece oír la “Quinta” y la “Novena”. Pero no puede considerarse cierta la afirmación de que esta obra es un anticipo del sinfonismo posterior. La sinfonía es plenamente brahmsiana. Su calidad iguala la de sus compañeros de ciclo. Densa intelectualidad, profundización del sonido orquestal y tensión dramática insoportable caracterizan la partitura.

Generalmente se considera a la “Primera Sinfonía” como la “Sinfonía Patética” de Brahms. No podemos compartir esta afirmación, pues patéticas son todas las del ciclo, aunque ciertamente el final de la “Primera” es el más largo y espectacular, la tensión de los finales de la “Segunda” y de la “Cuarta” no es menor.

Geiringer estima que entre la “Primera” y la “Segunda” de Brahms existe el mismo parentesco que entre la “Quinta” y la “Sexta” de Beethoven y propone como subtítulo adecuado para la “Segunda” el de “Sinfonía Pastoral”. Esta afirmación, compartida por Mata Bertran y otros musicólogos es sorprendente.

Brahms escribió su “sinfonía núm. 2” en el verano de 1877. El estreno estuvo a cargo de la Orquesta Filarmónica de Viena el 30 de Diciembre del mismo año.

La mayor rapidez en el proceso compositivo, y el hecho de ser escrita durante la estancia en el lago Worthersee, junto a Carintia, no justifican en absoluto el carácter de “Sinfonía Pastoral” que se pretende atribuir a esta obra. “Amabilidad y humor exquisito” son calificativos inadecuados. Ignoramos la verosimilitud de las palabras de Clara Schumann a quien la historia atribuye la consideración de la sinfonía como alegre y encantadora.

Geiringer explica la instrumentación hablando de bucólicas lautas y pastoriles oboes. En nuestra opinión esa afirmación refleja la falta de entendimiento de esta compleja partitura.
Tensión electrificación completa, patetismo, y angustia vital son los términos apropiados. No hay sólo oboes y flautas, sino también trombones y tubas que producen una impresión de opacidad, fuerza y potencia.

La audición del último movimiento genera una tensión intelectual indescriptible. La música no habla de la naturaleza sino de la angustia de un ser humano. La densidad conceptual no tiene paragón en las demás sinfonías. El sentimiento del drama se va haciendo cada vez más profundo y rápido hasta llegar en los últimos compases al delirio mental.

La “Tercera Sinfonía” fue terminada en 1883 y estrenada el 2 de Diciembre del mismo año en Viena bajo la dirección de Hans Richter. Pronto consiguió una gran popularidad siendo incluida por todas las orquestas de Alemania en sus programas. En algunas ocasiones se interpretaba dos veces en el mismo concierto. Brahms se refería a ella como “mi excesivamente celebre sinfonía”.

Las razones del éxito de la “Tercera” no hay que buscarlas en una mayor calidad musical. Brahms en 1883 era un hombre sólido en los ambientes musicales alemanes. La creación de una nueva sinfonía del sucesor de Beethoven era un acontecimiento. No debemos olvidar tampoco el apoyo de los grandes directores del momento Richter y Bulow.

La “Tercera” ha sido considerada como la “Sinfonía Heroica”. Este subtitulo no es correcto. Brahms jamás quiso subtitular ninguna de sus obras y no hubiera aceptado un calificativo que choca con las ideas subyacentes a la partitura.

“Heroica”, en sentido lato, es toda la producción brahmsiana. No vemos razón especial que justifique la imposición del título a la “Tercera”. Es más, al contrario, pensamos que es la menos heroica y tensa de las tres.

El tercer movimiento es melancólico. Es el fragmento más conocido de la producción de Brahms por su utilización en infinidad de películas, no precisamente de carácter heroico.
Hay oleadas de agitación en los demás movimientos pero también paz celestial y tierna luminosidad. Al final se impone la serenidad y la música se extingue en apacible calma.

Como dice Leonard Bernstein un impulso apasionado mora en los primeros compases del último movimiento de la “cuarta Sinfonía”. ¡Que desesperado furor! Exclama con acierto el mejor interprete vido de Johannes Brahms.

A la “Cuarta” terminada en 1885, no se le aplican calificativos ni subtítulos. Sólo se habla de música genial.

La mayor peculiaridad de esta última sinfonía radica en la aparente falta de engarce de unos movimientos con otros. Frente al esquema clásico los movimientos forman unidades independientes. Estructuralmente la sinfonía es revolucionaria.

El público vienés reaccionó con perplejidad en el estreno. Clara Schumann y los demás amigos del compositor se vieron también sorprendidos. Pero Brahms estaba seguro de haber escrito una obra maestra, todavía más puramente intelectual que sus predecesoras.

Una nueva audiencia así lo admitió el 7 de marzo de 1879, veinte días antes de la muerte de Brahms. Era el final del romanticismo. Tres años después empezaba el Siglo XX y se acercaba el dodecafonismo.

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