El libreto es del Baron Gottfried van Swieten, noble austríaco que ejerció una considerable influencia en Mozart.
Sobre Las Estaciones de Haydn debe recordarse su carácter en cierto modo testamentario, en el sentido de que es prácticamente la última obra del compositor austriaco y, sin lugar a dudas, una de las más bellas y logradas.
Tanto Las Estaciones como los otros dos grandes oratorios haydnianos –Las Siete Palabras de Cristo y La Creación– son producto de la etapa compositiva final del músico, que había quedado admirado ante los estrenos de Israel en Egipto y El Mesías de Händel. Las Estaciones ve la luz en 1801 y en 1802 Haydn se encuentra ya bastante imposibilitado por la enfermedad, aunque aún es capaz de componer su Misa de la Armonía. Morirá en 1809.
Las estaciones, a diferencia de La Creación, más unitaria, suponen la feliz conjunción de cuatro grandes cantatas, de las que no obstante se percibe su individualidad. Las Estaciones, por lo demás, es una obra de transición, como la propia vida de Haydn en ese instante, y apunta modos románticos ya a comienzos del XIX, reuniendo deslumbrantes pasajes orquestales.