El movimiento inicial de la “Primera Sinfonía” lleva el autógrafo el título “Fruhlin und kein Ende” (“Primavera sin fin”). Se inicia con una misteriosa introducción, lenta, que pinta el despertar de la naturaleza en el bosque. Luego sigue un allegro interrumpido por otro episodio lento. La música canta a la inocencia de los días de juventud, al amor a la naturaleza y a la alegría de vivir; y se cierra con una apoteosis eufórica.
Al movimiento inicial se encadenaba otro sentimental y exaltado que Mahler (inspirándose en Jean Paul) denominó “Blumine” pero que posteriormente suprimió. Algunas recientes interpretaciones ofrecen la obra en la versión original de cinco movimientos.
El actual segundo movimiento ocupa la posición de scherzo aunque su carácter sea propiamente una mezcla de vals y de landler. El título “Mit Vollen Segeln” (“Con las velas desplegadas”) describe el contenido expresivo de las secciones. Hay ecos del maestro del compositor, Antón Bruckner, un recuerdo agitado de Schubert y fragmentos de las danzas moravias que tanto escuchara Mahler en su juventud.
En el tercer movimiento “Todtenmarsch in Callots Manier” (“Marcha Fúnebre a la manera de Caillot”) Mahler logra una síntesis asombrosamente original de elementos heterogéneos.
Sobre el ritmo obstinado de una marcha fúnebre martilleada por los contrabajos y los timbales se expone la melodía del canon estudiantil Bruder Martin (Frére Jacques). A la vez se escuchan acentos alegres y triviales de colorido bohemio. Mahler explicaba esta “Marcha Fúnebre” de la siguiente forma: “Un cortejo mortuorio pasa ante nuestro héroe y toda la miseria, todos los sufrimientos del mundo, con sus punzantes contrastes y su atroz ironía son asumidos por él. Es preciso imaginarse la Marcha Fúnebre de “Bruder Martin” como siendo masacrada por una pésima banda de música, como las que suelen acompañar a las procesiones mortuorias. Entre tanto resuena la barbarie, la frívola alegría y la banalidad del mundo en las melodías de un grupo de músicos que se inmiscuyen en el cortejo, al mismo tiempo que se percibe la queja terriblemente dolorida del héroe”.
El movimiento final irrumpe con una estridente disonancia que Mahler consideraba “el grito de un corazón herido en lo más hondo”. El compositor pasar del patetismo a la desolación. Asistimos a una lucha titánica de heroicas dimensiones, una violenta rebelión y la autoafirmación de la personalidad. La electrificación, descomunal y absoluta, se apodera del oyente. El llanto no puede ser contenido ante el tremendo drama que nuestros oídos envían a la cabeza y al corazón. El final parece haber llegado pero todavía escuchamos unas notas que recuerdan la juvenil inocencia del comienzo de la obra, antes de llegar a un clímax de ¡¡cuatro minutos!! El héroe en cuyo tema resuenan ecos de “Parsifal”, triunfa tras su desesperada y agotadora lucha que se inició en el primer compás de la sinfonía. La partitura muestra ahora un clima de euforia sin límites y sentimientos de superioridad e hiperactividad.
En los últimos compases la música se detiene volviendo inmediatamente con más ímpetu: el héroe ha muerto y se ha reunido con Dios para siempre.