La “Cuarta” es la sinfonía más accesible de Mahler. Sus proporciones son “normales” y tiene los cuatro tiempos clásicos. El compositor utiliza una orquesta normal y reduce los metales suprimiendo trombones y tubas.
Tres movimientos instrumentales preceden a un simple lied para soprano y orquesta, tomado del Wundehorn y previsto inicialmente como séptimo movimiento de la “Tercera”: “Des Himmel hangt voll Geigen” (El cielo está salpicado de violines), canto popular bávaro rebautizado por Mahler “Das Himmische leben” (La vida celestial). Este lied, de dimensiones modestas,
dirige la sinfonía.
El primer movimiento nos muestra que el clima emocional ha cambiado. Los temas son más aptos para el desarrollo sinfónico y varias melodías se suceden “normalmente”.
Libermann nos explica que en el segundo movimiento Mahler está bajo el hechizo del autorretrato de Arnold Bocklin en el que la Muerte penetra en el oído del pintor con música de violín, mientras éste permanece sentado y transfigurado.
Mahler confiesa a Bruno Walter que cuanto escribía el tercer movimiento tuvo una visión que mostraba “a uno de esos sepulcros de iglesia con una figura de piedra yacente representando a un difunto con los brazos cruzados sobre el pecho en actitud de sueño eterno”.
En el cuarto movimiento la voz humana canta luminosamente la alegría de la naturaleza. Como dice Libermann es “una invocación ingenua del paraíso en donde se ve a los seres humanos ocuparse de los jardines llenos de frutas y verduras”.
Algunos críticos desprecian la “Cuarta Sinfonía” definiéndola como “un fragmento para Alhambras o Moulins-Rouges, no para una sala de conciertos” (Vicent D’Indy) o de “pequeños lieders hinchados para convertirlos en sinfonías” e incluso de “trivial complacencia de un sentimentalismo de costurera”. Para muchos mahlerianos la “Cuarta” ha sido su vía de acceso al compositor.