Cuando Wagner estuvo en París en 1860 para preparar la desgraciada ejecución del Tannhäuser, Rossini vivía en la misma capital, y aunque su estrella había sufrido un eclipse momentáneo a causa de la influencia meyerberiana, era mirado por todo el mundo con respeto y como uno de los primeros maestros en su arte.
Era, como es sabido, un bromista de fama, y muchos de los chistes que se habían hecho a propósito de la “música del porvenir” eran atribuidos a Rossini. Se explicaba, por ejemplo, la historía de la comida en cuyo menú figuraba “pescado a la alemana”, que resultó ser una bandeja de salsa sin pescado, equivalencia, segun los comentaristas, de la Música de Wagner, sin melodía.
También se citaba el hecho de Rossini queriendo leer la partitura de Tannhäuser, puesta al revés, con el pretexto de que al derecho no se entendía nada. Todas estas bromas ahora sólo nos hacen sonreír, pero Wagner, que era en aquella época un compositor casi desconocido, que luchaba con toda su alma para imponer sus ideales contra la indiferencia de muchos y la hostilidad de otros, no se atrevía a presentarse ante un maestro del que se suponía que se había permitido hacer a sus expensas todas aquellas bromas, y no tenía demasiadas ganas de visitarle, como había visitado a Auber, Halévy, Ambrós Thomas y otros.
Afortunadamente apareció un intermediario que consiguió disipar en parte las prevenciones de Wagner, asegurándole que todas aquellas historias que se contaban eran apócrifas y que sería recibido por Rossini como un hermano en el arte, por muy diferentes que fuesen sus temperamentos y sus ideas. Se trataba de E. Michotte, gran amigo de Rossini y perteneciente también al círculo de los más íntimos de Wagner: Gasperini, Roche, Villot, Gustavo Doré, Stephen Heller, Champfleury y otros.
Michotte fue, pues, el encargado de preparar una entrevista entre ambos maestros, el representante de la escuela italiana del pasado y el de la alemana alcanzada la plena madurez de su talento, porque Wagner había acabado precisamente en aquella época de componer el Tristán, aunque no se representó hasta cinco años después. Y no sólo arregló Michotte la entrevista, sino que, comprendiendo la importancia que como documento histórico podría tener, tomó notas detalladas de la conversación, y con las mismas ha hecho y publicado (casi al cabo de medio siglo) un curioso relato de esta conferencia, que resulta muy interesante y del que daremos a continuación un breve estracto. (Editor: Librairie Fischbacher, París, 1906).
Al recibir a Wagner, Rossini empezó por asegurarle que él no era tan mal educado como para decir de un compañero todo lo que gratuitamente se le atribuía. “Porque para criticar la música de Ud. —continuó— lo primero que necesitaría sería conocerla, y para conocerla habría tenido que oírla en el teatro, porque es sólo así y no leyendo la partitura como se puede formar uno un juicio exacto de una obra escrita para escena”. Lo único que había oído de Wagner era la marcha del Tannhäuser, que le parecía hermosa y de gran efecto.
Preparado así el terreno, la conversación resultó fácil y agradable, y se discutieron muchas cosas interesantes en aquella corta visita. Al indicar Wagner a Rossini su temor —muy justificado, como sabemos— de que hubiese una conjura praparada para desbaratar el éxito de Tannhäuser, Rossini le expresó su viva simpatía y le explicó lo que él había sufrido en casos similares, sobre todo en el estreno de su obra maestra, El Barbero,e incluso en los últimos años, en París y en Viena, cuando su reputación era ya universal.
En esta última ciudad, fue Weber quien más duramente se enfrentó a las óperas rossinianas. Wagner trató de disculpar a quien él llamaba “su venerado maestro” diciendo que era el patriotismo mal entendido el que le había hecho obrar así. Wagner, al decir eso, no se acordaba de que el mismo Weber escribió un famoso artículo tratando de poner en ridículo la Cuarta Sinfonía de Beethoven, hecho que demuestra lo fácil que es para un compositor equivocarse al juzgar obras de otro, cuando los ideales artísticos sean diferentes de los propios.
Después la conversación recayó en otro de los ídolos de Wagner, Beethoven, del que Rossini guardaba vivos recuerdos por haberle visitado en 1822. Lo que más recordaba era la profunda tristeza impresa en la cara de Beethoven. Fue recibido afectuosamente, pero con la brusquedad característica del gran músico, quien empezó la conversación felicitando a Rossini por El Barbero y diciéndole con deliciosa ingenuidad que continuara dedicándose a la ópera bufa y que no intentase hacer nada serio. Para acabarlo de arreglar, afirmó rotundamente que la música seria no estaba en la naturaleza de los italianos, que éstos no tenían conocimientos técnicos para tratar las situaciones dramáticas, y que estos conocimientos no podían adquirirlos de manera alguna en su país.
Estos recuerdos llevaron a Rossini a hablar de sus dotes como compositor. Reclamó para sí mismo la facilidad y el instinto musical -pretensión modesta y ciertamente legítima- y dijo que su escasa ilustración musical la había adquirido principalmente estudiando las partituras de los maestros alemanes. Citó, entre otros, La Creación, Las Bodas de Fígaro y La Flauta Mágica.
Hacia Bach, Rossini expresó una gran admiración, y el hacerle recordar Wagner que había sido Mendelssohn el que dio a conocer su obra a los alemanes, Rossini explicó que en una ocasión en que se encontró a Mendelssohn en Frankfurt le pidió que le diera a conocer obras de Bach, y siempre que le iba a visitar le pedía lo mismo, hasta el punto de que Mendelssohn empezó a creer que Rossini se burlaba de el con aquel inesperado entusiasmo por la música del maestro alemán, que era por todos los conceptos su más exacta antítesis.
Hasta aquí Rossini había llevado la voz cantante y Wagner se había limitado a escuchar, pero llegó su oportunidad cuando Rossini, cortésmente, derivó la conversación hacia las ideas y las obras de su visitante. Wagner habló de los problemas que supuso la traducción de la letra de Tannhäuser, y Rossini le dijo que haría mejor escribiendo una ópera sobre libreto francés. Inútil es decir que este consejo no fue aceptado.
Después Wagner habló de sus ideales y de su resolución de prescindir en la ópera de todos los formulismos consagrados: del aria de bravura, del concertante, etc. Aunque Rossini era —digámoslo así— la encarnación de todos estos convencionalismos, admitió que eran absurdos los grandes conjuntos de ópera, y dijo que cuando veía a los ejecutantes formados en línea para cantar un concertante le hacía el efecto de una cuadrilla de pordioseros suplicando algunas monedas.
Apoyándose en eso, repitió Rossini el conocido argumento de que es inútil quejarse de los convencionalismos de la ópera desde el momento en que una ópera, un drama cantado, resulta ya algo completamente convencional. A lo cual replicó Wagner que, ya que el convencionalismo era inevitable, debía ser moderado todo lo posible para que no llegara nunca al absurdo, y que, admitiendo lo convencional, ha de procurarse que sea artístico y consistente por sí mismo.
Wagner, señalando los abusos y malas costumbres a los que había declarado la guerra, rechazó con energía la acusación de que despreciaba a sus antecesores, haciendo notar que el hecho de creer que sus obras eran susceptibles de ser mejoradas era muy distinto de encontrar mala su música. Continuó explicando sus teorías sobre el drama musical, afirmando como principio axiomático que la música y la letra han de estar tan estrechamente ligadas que han de ser como dos aspectos distintos de una misma cosa o dos maneras diferentes de expresar una misma idea. Rossini creyó que eso sólo se podía conseguir siendo uno mismo el autor de música y texto, cosa que estimaba prácticamente imposible; pero Wagner contestó, apasionado, que así debía ser, y que no sería tan difícil si los compositores se preocuparan (como debían hacer) de estudiar la literatura tan bien por lo menos como el contrapunto. “¿No se ha dado el caso —añadió— de que el compositor haya demostrado poseer un conocimiento más completo, una intuición más profunda, del partido que se podía sacar de una situación, que no el mismo libretista?”. Para demostrar mejor esta afirmación, citó como ejemplo la escena de la conspiración del Guillermo Tell, y Rossini confesó que, efectivamente, aquella escena había sido esencialmente modificada por él para ponerla de acuerdo con su manera especial de entender la situación.
Las reformas que Wagner proponía parecían, como es natural, a Rossini, de muy difícil adaptación, y creía que jamás serían aceptadas ni por los cantantes ni por el público, indicando su temor de que el método que Wagner explicaba no llegara a ser la “oración fúnebre de la melodía”. Wagner respondió que él no sólo no tenía ninguna intención de prescindir de la melodía, a la que consideraba la flor de todo organismo musical y sin la cual la música resultaba ininteligible, sino que lo único que deseaba era que fuese libre y tan flexible que pudiera ser aplicable a todas las situaciones posibles. Por segunda vez utilizó el argumento ad hominem, citando el pasaje “Sois immobile” (final del acto III) del Guillermo Tell, donde Rossini había puesto una melodía que, según Wagner, era tal y como él creía que debía ser. “Pues diga Ud. --le replicó Rossini-- que yo he hecho música del porvenir sin darme cuenta”. “No —respondió Wagner— ha hecho Ud. música de todos los tiempos, lo cual es mucho mejor”.
Tras estas explicaciones, Wagner continuó exponiendo sus principios, y particularmente bajo qué condiciones permitiría a varias voces cantar juntas en duos, coros y otros conjuntos, y esta memorable entrevista acabó exponinendo Rossini su interés por las ideas que su interlocutor había tan claramente presentado. Por su parte, él era demasiado viejo, “siendo la edad en que uno no está tan inclinado a componer como propenso a descomponer”, para volver su mirada hacia los nuevos horizontes, pero confesaba de muy buena gana que las ideas de Wagner eran de naturaleza digna de la seria consideración de los compositores jóvenes. “De todas las artes —acabó diciendo— la música es la que por razón de su carácter ideal está más sujeta a transformaciones, y para éstas no ha de haber límite. ¿Quién, después de Mozart, habría previsto a Beethoven, o después de Gluck a Weber?. Y, después de todos ellos, ¿por qué tendría que haber un final en este progreso, en esta evolución constante?”.
Cuando estuvo ya fuera, Wagner confesó a Michotte que no esperaba encontrar a Rossini tan sencillo y serio, y que le había encantado sobre todo la rápida percepción por parte de Rossini de todos sus puntos de vista, a pesar de tenérselos que explicar en una breve conversación y en una lengua que no era la propia. Y pronunció palabras de elogio hacia el genio de Rossini como compositor, sus cualidades de invención melódica y su instinto escénico y de expresión dramática, añadiendo: “¿Que no habría hecho este hombre si hubiese recibido una completa educación musical, sobre todo si, siendo menos italiano y menos escéptico, hubiese sentido en sí la sagrada naturaleza de su arte?. Tengo que confesar esto: De todos los compositores que he conocido en París, éste es el único que es verdaderamente grande”.
Wagner no vio más a Rossini. Ocho años más tarde, a la muerte de éste, escribió un pequeño recuerdo del maestro, que se publicó en el Allgemeine Zeitung, de Augsburg, número del 17 de diciembre de 1968. En él se refiere a la visita que hemos reseñado, a la impresión que Rossini le causara y a las calumnias que los malintencionados hicieron correr respecto a las relaciones entre ambos.
En cuanto a la impresión que Wagner causara a Rossini, Michotte nos da también algun detalle, porque un tiempo después de la entrevista pudo oír, en una reunión a la que asistía Rossini, cómo éste decía a Azevedo, uno de los más furiosos antiwagnerianos: “Se ha de confesar que este Wagner parece dotado de facultades de primer orden. Todo su aspecto, su barba particularmente, revelan una voluntad de hierro. Es una gran cosa “poder querer”. Si posee en el mismo grado, y creo que sí, la facultad de poder hacer lo que quiera, hará hablar mucho de él”.
Wagner nació el 22 de mayo de 1813 y murió el 13 de febrero de 1883.